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Vivir en la Sociedad de la Información. Orden global y dimensiones locales en el universo digital (página 2)



Partes: 1, 2

La Sociedad de la
Información es expresión de las
realidades y capacidades de los medios de
comunicación más nuevos, o renovados merced a
los desarrollos tecnológicos que se consolidaron en la
última década del siglo: la
televisión, el almacenamiento de
información, la propagación de video, sonido y textos,
han podido comprimirse en soportes de almacenamiento como los
discos compactos o a través de señales
que no podrían conducir todos esos datos si no
hubieran sido traducidos a formatos digitales. La
digitalización de la información es el sustento de
la nueva revolución
informática. Su expresión hasta
ahora más compleja, aunque sin duda seguirá
desarrollándose para quizá asumir nuevos formatos
en el mediano plazo, es la Internet.

Mundialización y
uniformidad: Nuevos centros y periferias

El sociólogo británico Anthony Giddens relata la
experiencia de una amiga suya que estudia la vida rural en
África.
Hace algunos años ella estaba de visita en una aldea
remota en donde haría su trabajo de
campo. Una familia del lugar
la invitó a una velada en donde la investigadora esperaba
encontrarse con algunos entretenimientos locales. Pero para su
sorpresa, la sesión era para ver en video la
película Instintos básicos que en ese
momento aún no se había estrenado en Londres. Los
habitantes de aquel caserío africano verían la
cinta de Sharon Stone y Michael Douglas antes que los
espectadores de las salas británicas.

Con ese ejemplo Giddens describe la
globalización contemporánea (Giddens, 2000:
19). Hasta hace poco las fronteras entre la dimensión
local y la dimensión planetaria y entre la periferia y el
centro estaban bien definidas. Ahora, de manera creciente, la
expansión internacional de las industrias
mediáticas ha vuelto realidad el sueño, que para
algunos en más de un sentido también es
desvarío, que delineaba Marshall McLuhan hace 35
años. Los productos de
las industrias
culturales más extendidas pueden ser consumidos en
prácticamente cualquier rincón del planeta. Pero
los flujos de la
comunicación siguen siendo unilaterales. Cada vez
tenemos acceso a más información pero el
apabullante caudal de datos que recibimos todo el tiempo no
necesariamente nos permite entender mejor lo que ocurre en
nuestro entorno inmediato y en el planeta ni comprendernos mejor
a nosotros mismos. Sin lugar a dudas es un lujo y es parte de
nuestro acceso a la civilización contemporánea
traer a Sharon Stone (aunque sea en video, ni modo) hasta
la sala de nuestra casa. Pero así como podemos tener la
fortuna de elegir esa cinta, los establecimientos de video en
nuestros países están repletos de chatarra que
consumimos con cierta sensación de aturdimiento y
difuminación de nuestras capacidades críticas.

Las grandes empresas
mediáticas de origen y capital
fundamentalmente estadounidense no toda la culpa de la mala
calidad de los
productos culturales que hoy circulan por el mundo. Pero tampoco
son precisamente inocentes en la conformación de ese
mercado. Los
recursos
más poderosos de la industria de
los medios suelen
ponerse en juego para
mostrarnos como novedad eminente de cuyo consumo no
podemos prescindir, a infinidad de productos de escasa o nula
calidad independientemente de cuál sea el parámetro
con el que se les mida. Una de las consecuencias apreciables de
la globalización, como le consta a la amiga de
Mr. Giddens, es la capacidad de esas industrias mediáticas
para uniformar, al menos en algunos casos, los gustos culturales
de sociedades muy
diversas. En todo el mundo vemos las mismas películas y en
ocasiones también los mismos programas de
televisión. Pero las naciones con
tradiciones e instituciones
culturales de mayor densidad cuentan
con experiencia, contexto y voluntad para equilibrar con
productos propios los bienes
mediáticos trasnacionales.

En Ecuador las
películas estadounidenses constituyeron el 99.5% de todos
los filmes importados en 1991. En Venezuela la
cintas producidas en los Estados Unidos pasaron del 40% al 80%
entre 1975 y 1993 respecto de todas las que se importaron en ese
país. En Bolivia
aumentaron del 44.4% al 77% entre 1979 y 1995. En México del
40% al 59% entre 1970 y 1995. En Costa Rica del
60% al 96% entre 1985 y 1995 (UNESCO,1999).

En Francia,
según la misma fuente, el cine
estadounidense ocupó el 57% de la cinematografía
extranjera importada en 1995; en Alemania el
68% ese mismo año. Las películas de ese origen
fueron el 76% en 1993 en Grecia; el 55%
en España
en 1995; el 60% en Suiza en 1992. Estas cifras no nos dicen nada
nuevo pero confirman no sólo la preponderancia de los
productos mediáticos estadounidenses sino, junto con ello,
la capacidad de las naciones de mayor desarrollo
económico y cultural para diversificar el origen de
los bienes mediáticos que consumen.

No existen estudios capaces de pormenorizar qué
sociedades en cada país, o qué sociedad planetaria
si es que la hay, se están creando al compartir la
contemplación de las mismas series de televisión
y la misma cinematografía. Pero el sentido común y
la constatación de idiosincrasias que se mantienen nos
permiten reconocer que a pesar de mirar y sufrir los mismos
mensajes, nuestras sociedades siguen estando definidas por sus
peculiaridades nacionales y culturales.

La televisión se ha mundializado pero no por ello
tenemos aldea global. Para el sociólogo chileno
José Joaquín Brunner: "Puede decirse que la
globalización está transformando
contínuamente las relaciones entre el centro y la
periferia, así como las propias percepciones de sí
mismo y los otros dentro de ambos mundos. En eso consiste,
justamente, la posmodernidad;
en una cultura no
canónica, hecha de combinaciones inverosímiles"
(Brunner, 1999: 161). No discutimos aquí la idea de
posmodernidad que algunos, a diferencia de Brunner, pretenden
establecer como un nuevo paradigma de
desparpajo individual y de opiniones transideológicas,
pero sí queremos insistir en el carácter abierto a numerosas combinaciones,
interpretaciones y apropiaciones que alcanza la cultura
contemporánea -seguramente la zona de fronteras más
movedizas y de retroalimentaciones más abundantes entre
los centros y las periferias-.

Los jóvenes de Singapur, Bilbao, San Salvador o Los
Ángeles,
compartirán comportamientos parecidos al mirar un mismo
video en MTV pero la manera de apreciarlo e interiorizarse en
él estará condicionada por su entorno cultural,
social y nacional. Y también es desigual la oportunidad
para más allá de la contemplación, ser ellos
mismos actores de los medios. La posibilidad de un grupo musical
integrado por jóvenes de Los Ángeles para aparecer
en esa televisora es mucho mayor que la de un grupo de muchachos
de Vietnam. Pero tecnologías como el video y ahora desde
luego la Internet ofrecen la posibilidad de propagar globalmente
expresiones y enfoques que antaño jamás iban
más allá del ámbito local.

La mundialización mediática modifica las maneras
de percibir la dimensión local y regional, de la misma
forma que altera los alcances tradicionales de la
dimensión nacional y la dimensión mundial. Los
asuntos y acontecimientos en cada uno de esos planos no
necesariamente se modifican por el hecho de ser conocidos en
sitios en donde antes no se hablaba de ellos. Pero la percepción
de esos y el resto de los asuntos y acontecimientos sí
tiende a ser distinta.

La globalización, que en buena medida es un proceso
mediático, nos permite reconocer semejanzas pero no por
ello quedan abolidas las peculiaridades y diferencias que
distinguen a nuestras sociedades. Tampoco se cierran las brechas
entre los países. La velocidad e
incluso la inmediatez de las comunicaciones
junto con la creciente intensidad de los flujos
migratorios están contribuyendo a disolver las
fronteras nacionales, al menos con los rasgos que hasta ahora se
les han conocido. Pero paradójicamente las fronteras
creadas por la disparidad económica, lejos de suavizarse,
en ocasiones se vuelven más ásperas debido al
desigual acceso a los recursos mediáticos y
tecnológicos.

La relación hasta ahora conocida entre "centro" y
"periferia" se trastorna radicalmente entre quienes en sitios
distintos comparten el uso e incluso el consumo de modernos
recursos mediáticos. Es difícil hablar de periferia
y centro para referirse a países, o a regiones, en donde
se miran los mismos videos y se "bajan" los mismos programas
informáticos de la Internet. Pero en cada uno de esos
sitios hay algunos pocos ciudadanos con posibilidades de acceso a
esos bienes culturales y muchos más que no tienen y
quizá jamás tendrán oportunidades
semejantes.

Globalización que
presiona hacia arriba y hacia abajo. La Internet

El promedio de llamadas telefónicas internacionales es
de 247 minutos al año, por persona, en
Suiza, de 100 en Canadá y de 60 en los Estados Unidos,
pero de apenas tres minutos en Colombia, 2 en
Rusia y uno en
Ghana y Pakistán. En Mónaco hay 99 teléfonos
por cada 100 personas, en Estados Unidos 70, en Argentina y Costa
Rica 18 pero en Uganda 0.2 y en Afganistán 0.1 teléfonos por cada
100 habitantes (United Nations, 1999).

Las comparaciones siempre son incómodas, pero en estos
casos resultan útiles. En Nueva York hay más
líneas telefónicas que en todas las zonas rurales
de Asia. En Londres
existen más cuentas de
Internet que en toda África. Se estima que casi el 80% de
la población de todo el mundo jamás ha
hecho una llamada telefónica (World Resources Institute,
2000).

Sin embargo la desigualdad en el acceso a los recursos
comunicacionales no necesariamente se impone a las capacidades de
los países menos desarrollados para aprovechar esa
tecnología. Actualmente la
globalización ha intensificado el intercambio desigual de
flujos comunicacionales pero, de manera simultánea, ha
abierto nuevas opciones para superar la casi proverbial pasividad
que ha definido a los llamados países periféricos en materia de
mensajes culturales. Los públicos de las industrias
culturales más poderosas se han extendido o, dicho de otra
manera, la habilidad y capacidad propagadoras de los consorcios
mediáticos se han multiplicado gracias a las nuevas
tecnologías de la información.

Hoy es posible entender a la globalización como una
serie de procesos
multidireccionales y no simplemente como la
internacionalización de culturas y mensajes que
solían estar apartados unos respecto de otros. El ya
citado Giddens recuerda cómo "la globalización
presiona no sólo hacia arriba, sino también hacia
abajo, creando nuevas presiones para la autonomía local".
En Internet entre otras formas de intercambio surgen nuevos modos
de solidaridad,
desde las cadenas de mensajes hasta la coordinación de protestas o adhesiones
respecto de las más diversas causas. Y también
aparecen nuevas formas de aislamiento, tanto entre las personas
como entre las naciones.

La gran mayoría de quienes usamos computadora (u
ordenador) empleamos el sistema operativo
Windows, en
cualquiera de sus versiones. Habrá quien vea en la
propagación de ese software una demostración
de la alienación generalizada respecto de los productos de
una misma y poderosa trasnacional. Pero también es posible
identificar una apropiación creciente, pero limitada, de
una tecnología útil que puede servir para los
más variados fines.

En el mundo digital (que no es un universo en
sí mismo como a veces sugieren las interpretaciones
futuristas sino una colección de espejos de la realidad)
se difuminan las fronteras convencionales. En la Internet no hay
un centro y por lo tanto, tampoco una periferia. Todos podemos
ser el centro, aunque jamás sepamos qué tan lejos
están los alrededores. Las fronteras se encuentran no en
el mundo virtual sino en el mundo real. La más importante
es la ya señalada desigualdad en el acceso a los recursos
informáticos, que no es sino expresión de las
dificultades para extender la cultura y los medios para
aprehenderla entre las grandes mayorías en los
países de menor desarrollo.

Los nuevos recursos informáticos constituyen una
oportunidad enorme para afianzar la presencia global de nuestros
países al mismo tiempo que para enriquecernos con la
cultura y la creación universales. Pero eso no
ocurrirá sin políticas
intencionales y de largo alcance para no sólo estar
conectados a las redes informáticas,
sino para junto con ello saber transitar por sus concurridas
arterias.

Mientras tanto, supeditadas a flujos de información en
cuyas agendas participan poco o nada, nuestras sociedades asisten
atónitas a esa abundancia de bienes informáticos
auténtica o parcialmente enriquecedores. No tenemos aldea
global pero sí estamos creando una polifacética,
contradictoria y en ocasiones rústica aldea virtual.

Estado de la
red de redes al
comenzar el siglo 21

El 6% de los habitantes de Brasil con acceso
regular a la Internet, el 3% que se encuentra en esa
condición en Argentina y México o el 2% de
internautas en Perú pueden jactarse de haber roto barreras
geográficas, culturales y geopolíticas ya que
cuentan -o al menos hipotéticamente pueden contar- con
acceso a la misma información que los canadienses,
británicos y japoneses conectados a la red. Pero esos
internautas, más allá de su específica
condición económica y social, están
constituyendo una nueva élite -un nuevo y también
distante "centro"- respecto de la nutrida y desatendida periferia
de ciudadanos formales sin ciudadanía cultural que no tienen acceso a
esos y otros recursos culturales y en materia de
información. El uso de la Internet se ha extendido con
gran rapidez –América
Latina es la zona de mayor crecimiento en ese renglón-
pero está a punto de llegar a límites
creados por la desigualdad económica que serán muy
difíciles de superar porque el desarrollo de ese recurso,
ha quedado fundamentalmente supeditado a los ritmos y pautas
impuestos por
el interés
mercantil de las empresas interesadas en hacer negocio en y con
la red de redes.

El cuadro adjunto muestra una de
las estimaciones más serias (hay muchas, la mayor parte de
ellas exageradas o no actualizadas) sobre la cantidad de personas
con acceso a la Internet al terminar el siglo
20.

  Usuarios de la Internet en el mundo
estimación a noviembre de 2000

Total mundial

407.1 millones

África

3.11 millones

Asia/Pacífico

104.88 millones

Europa

113.14 millones

Medio Oriente

2.40 millones

Canadá y Estados Unidos

167.12 millones

América Latina

16.45 millones

Fuente: NUA, 2000.

En el 2000 Estados Unidos, que ha sido la nación
más conectada a la Internet, llegó a tener
algo más de 137 millones de usuarios de la red de redes,
que significaron alrededor del 50% de su población. Los
japoneses, que son el segundo país con más
internautas, tenían conectada, con 27 millones de personas
en esa fecha, al 21% de su población. Alemania y el Reino
Unido, con cerca de 19 millones de internautas cada uno,
alcanzaban el 21% y el 29% de sus habitantes con acceso a la
Internet. La estimación para España al terminar el
2000 era de aproximadamente 5.5 millones de usuarios de la
Internet, que constituirían el 14% de su
población.

Cada vez hay más gente conectada a la red de redes.
Pero incluso en casi todos los países de mayor desarrollo
informático, los ciudadanos que no tienen acceso a ese
servicio
siguen siendo mayoría. La globalización, que antes
que intercambio de mercancías es flujos de
información, es profundamente desigual. Reconocer esa
desigualdad no es novedoso, ni basta con ello.

Claro que por algo se empieza. A la desigualdad en el acceso a
la Sociedad de Información y específicamente a la
Internet, ahora se le denomina la brecha digital, the
digital divide
. El World Resources Institute, apoyado por
varias de las más importantes empresas internacionales de
computación explica así esa
hendedura que lejos de atenuar, está profundizando las
desigualdades en el planeta:

"Prácticamente en cada país, un porcentaje de
personas tiene la mejor información tecnológica que
la sociedad puede ofrecer. Esa gente tiene las más
poderosas computadoras,
el mejor servicio telefónico y el más veloz
servicio de Internet, de la misma manera que cuentan con riqueza
de contenidos y capacitación aventajada en sus vidas.

"Hay otro grupo de personas. Son las personas que por una u
otra razón no tienen acceso a las más nuevas o
mejores computadoras, el más confiable servicio
telefónico el más veloz o el más conveniente
de los servicios de
Internet. La diferencia entre esos dos grupos de gente
es lo que denominamos La Brecha Digital.

"Estar en el lado menos afortunado de la brecha significa que
hay menos oportunidades para tomar parte en nuestra nueva
economía sustentada en la
información, en la cual muchos más empleos
estarán relacionados con las computadoras. También
significa que hay menos oportunidades para participar de la educación, la
capacitación, las compras, el
entretenimiento y las oportunidades de comunicación que están disponibles
en línea. En general, aquellos que son pobres y viven en
áreas rurales están cerca de 20 veces más en
riesgo de
quedar rezagados que los más prósperos residentes
de las áreas urbanas (World Resources Institute,
2000).

Esa apreciación, pertinente y hasta autocrítica
viniendo de una institución patrocinada por algunas de las
empresas más prósperas de la economía de
mercado (Compaq, Ericsson, Hewlett-Packard, Intel, Motorola,
Nokia y Microsoft
entre otras) se queda corta. Aún en las grandes ciudades e
incluso en los países más industrializados existen
zonas de las sociedades marginadas del acceso a las nuevas
ofertas de información.

Políticas publicas
para que la tecnología conduzca al
progreso

La Sociedad de la Información es una de las
expresiones, acaso la más promisoria junto con todas sus
contradicciones, de la globalización
contemporánea. En otro sitio hemos anotado que el
término Sociedad de la Información ha ganado
presencia en Europa, en donde
ha sido muy empleado como parte de la construcción del contexto para la Unión
Europea (Trejo Delarbre, 1996). Un estudio elaborado con el
propósito de documentar los avances europeos al respecto
señalaba, con cierto optimismo, que:

"Las sociedades de la información se caracterizan por
basarse en el
conocimiento y en los esfuerzos por convertir la
información en conocimiento.
Cuanto mayor es la cantidad de información generada por
una sociedad, mayor es la necesidad de convertirla en
conocimiento. Otra dimensión de tales sociedades es la
velocidad con que tal información se genera, transmite y
procesa. En la actualidad, la información puede obtenerse
de manera prácticamente instantánea y, muchas
veces, a partir de la misma fuente que la produce, sin
distinción de lugar. Finalmente, las actividades ligadas a
la información no son tan dependientes del transporte y
de la existencia de concentraciones humanas como las actividades
industriales. Esto permite un reacondicionamiento espacial
caracterizado por la descentralización y la dispersión de
las poblaciones y servicios"
(Ortiz Chaparro, 1995: 114).

La Sociedad de la Información es, por lo tanto,
realidad y posibilidad. Habría que concebirla como un
proceso en el que nos encontramos ya pero cuyo punto de llegada y
consolidación parece aún distante. Existiendo los
cimientos para que la sociedad contemporánea despliegue
sus mejores potencialidades gracias al intercambio de
información -y para que la información llegue a
derivar en conocimiento- no es poco lo que falta por hacer en
busca de esa meta. Resulta preciso desplegar ambiciosas tareas no
sólo en la cobertura de las redes informáticas
(ello incluye la disponibilidad de equipos de cómputo y de
las conexiones necesarias para mantenerlos ligados a la Internet)
sino, junto con ello, en la capacitación de los ciudadanos
para saber aprovecharlas creativamente. Cambio
tecnológico, propagación de información
ligada -al menos ese es el propósito- con el desarrollo
del conocimiento y también con las facilidades para
desempeñar diversas tareas profesionales de manera
más flexible, son la faceta virtuosa de este nuevo
contexto. En el anverso, se encuentran las dificultades para que
esos mecanismos de información sean compartidos por la
mayoría de las personas.

La necesidad de ambiciosas políticas desplegadas por
el Estado para
extender los beneficios de la Sociedad de la Información
fue reconocida al menos ya durante todo el último del
siglo XX. El Libro Verde de la Unión Europea sobre
Sociedad de la Información apuntaba en 1996 lineamientos
de políticas que han seguido teniendo plena vigencia:

"1. Estamos viviendo un período histórico de
cambio tecnológico, consecuencia del desarrollo y de la
aplicación creciente de las tecnologías de la
información y de la comunicación (TIC). Este
proceso es diferente y más rápido que cualquiera
que hayamos presenciado hasta ahora. Alberga un inmenso potencial
para la creación de riqueza, elevar el nivel de vida y
mejorar los servicios.

"2. Las TIC ya forman parte integrante de nuestra vida
cotidiana, nos proporcionan instrumentos y servicios
útiles en nuestro hogar, en nuestro lugar de trabajo, por
todas partes. La sociedad de la información no es la
sociedad de un futuro lejano, sino una realidad de la vida
diaria. Añade una nueva dimensión a la sociedad tal
como la conocemos ahora, una dimensión de importancia
creciente. La producción de bienes y servicios se basa
cada vez más en el conocimiento.

"3. No obstante, la rapidez con que se introducen las TIC
varía mucho entre países, regiones, sectores,
industrias y empresas. Los beneficios, en forma de prosperidad, y
los costes, en forma de precio del
cambio, tienen una distribución desigual entre diferentes
países de la Unión y entre ciudadanos. Es
comprensible que el ciudadano se sienta inquieto y exija
respuestas a sus preguntas sobre las repercusiones de las TIC.
Sus preocupaciones pueden resumirse en dos preguntas
fundamentales:

  • La primera de ellas se refiere al empleo:
    ¿no destruirán estas tecnologías
    más empleos de los que crean? ¿Seré capaz
    de adaptarme a los nuevos modos de trabajar?
  • La segunda pregunta se refiere a la democracia y
    a la igualdad: la
    complejidad y el coste de las nuevas tecnologías,
    ¿no harán aumentar los desequilibrios entre las
    zonas industrializadas y las menos desarrolladas, entre los
    jóvenes y los viejos, entre los que están
    enterados y aquellos que no lo están?

"4. Para dar respuesta a estas preocupaciones necesitamos unas
políticas públicas capaces de ayudarnos a sacar
fruto del progreso tecnológico y de asegurar el acceso
equitativo a la sociedad de la información y la
distribución justa del potencial de prosperidad"
(Comisión Europea, 1996).

Aunque existen diversas acepciones y enfoques todos entendemos
qué se quiere decir cuando hablamos de sociedad de la
información. Para el investigador Manuel Castells,
simplemente, "el término sociedad de la información
destaca el papel de esta última en la sociedad". Sin
embargo Castells, autor de uno de los textos más
sólidos y célebres sobre la nueva era a la que
hemos accedido gracias al intercambio mundial de datos, prefiere
referirse a la sociedad informacional. Explica:

"La información, en su sentido más amplio, es
decir, como comunicación del conocimiento, ha sido
fundamental en todas las sociedades, incluida la Europa medieval,
que estaba culturalmente estructurada y en cierta medida
unificada en torno al
escolasticismo, esto es, en conjunto, un marco intelectual… En
contraste, el término informacional indica el atributo de
una forma específica de organización social en la que la
generación, el procesamiento y la transmisión de la
información se convierten en las fuentes
fundamentales de la productividad y
el poder, debido
a las nuevas condiciones tecnológicas que surgen en este
periodo histórico" (Castells, 1997: 47).

Castells, no obstante, denominó a su libro La
era de la información
. ¿Por qué ese
título y no "La era informacional"? Porque después
de todo, el conjunto de procesos, interrelaciones, proyectos y
búsquedas que se han articulado en los años
recientes alrededor de la propagación, acumulación
y la identificación de datos que son posibles gracias a
las nuevas tecnologías de la comunicación y muy
especialmente gracias a la Internet, es conocida como La Sociedad
de la Información. "Los títulos -dice ese
sociólogo catalán- son mecanismos de
comunicación".

***

La brecha digital no desaparecerá de inmediato. Al
contrario, es altamente posible que se traduzca en diferencias
dramáticas en los siguientes años: una parte de la
humanidad, afortunada y conectada, dispondrá de
más información de la que nunca tuvo
generación alguna. Al mismo tiempo las grandes
mayorías padecerán una nueva marginación, la
marginación informática.

Reconocer esas desigualdades constituye el primer paso para
comenzar a superarlas. Las empresas y los ciudadanos pueden hacer
mucho en el abatimiento de los desniveles informáticos
pero esa tarea corresponde, junto con ellos, a los Estados.
Sólo con políticas estatales (y regionales incluso,
amalgamando los recursos de varios países) la
información será un bien de la sociedad y no
simplemente la nueva riqueza para quienes ya son privilegiados en
otros ámbitos. En la construcción de esas
políticas públicas es pertinente advertir
qué es y qué puede ser, con todas sus ventajas y
limitaciones, la Sociedad de la Información.

Bibliografía

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cultural y posmodernidad
. Fondo de Cultura Económica,
Santiago, 1999.

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Economía, sociedad y cultura
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590 pp.

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GATES, Bill, Camino al futuro. McGraw Hill,
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GATES, Bill, Los negocios en la
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1999, 528 pp.

GIDDENS, Anthony, Un mundo desbocado. Los efectos de la
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. Taurus, Barcelona,
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1995, 245 pp.

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http://www.nua.ie/surveys/how_many_online/index.html

ORTIZ CHAPARRO, Francisco, "La Sociedad de la
Información" en LINARES, Julio y ORTIZ CHAPARRO,
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1995, 240 pp.

TREJO DELARBRE, Raúl, La nueva alfombra
mágica. Usos y mitos de
Internet, la red de redes
. Fundesco, Madrid, 1996, 276 pp. El
libro completo está disponible en:
http://www.etcetera.com.mx/LIBRO/ALFOMBRA.HTM

UNESCO, Statistical Yearbook 1999.

UNITED NATIONS Development Programme, Human Development
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. Julio 1999.

WORLD RESOURCES INSTITUTE, Creating Digital
Dividends
,
http://www.digitaldividend.org/index.htm, 2000.

 

 

 

 

 

Autor:

Raúl Trejo Delarbre

servidor.unam.mx

URL:

Doctor en Sociología por la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de la UNAM, Maestro
en Estudios Latinoamericanos y Licenciado en Periodismo por
la misma institución. Investigador titular en el Instituto
de Investigaciones
Sociales de la UNAM. Miembro del Sistema Nacional de
Investigadores, SNI. Es autor de doce libros. Los
más recientes son: Chiapas: la
comunicación enmascarada (Diana, 1994), La nueva alfombra
mágica. Usos y mitos de Internet (Fundesco, Madrid 1996),
Volver a los medios. De la crítica, a la ética (Cal
y Arena, 1997), El secuestro de la
UNAM (Cal y Arena, México, 2000) y Mediocracia sin
mediaciones (Cal y Arena, México, 2001). Es coordinador de
diez libros colectivos, entre ellos Televisa, el
Quinto Poder y Las Redes de Televisa. Coautor, con textos suyos,
en otros cincuenta y siete libros colectivos, la mayoría
con ensayos sobre
sindicalismo,
medios de comunicación o el sistema político
mexicano. Es autor de la columna política Sociedad y
Poder que se publica todos los días en La Crónica
de Hoy y en otros siete diarios mexicanos. Es director de la
revista
mensual etcétera especializada en medios de
comunicación (www.etcetera.com.mx ) En 1994 recibió
el Premio Nacional de Periodismo, en la rama de Artículo
de Fondo. En 1996 la Fundación Fundesco, de Madrid, le
otorgó el Premio Fundesco de Ensayo

Investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la
Universidad
Nacional Autónoma de México. Autor de La Nueva
Alfombra Mágica. Usos y mitos de Internet, la red de
redes
:
http://www.etcetera.com.mx/LIBRO/ALFOMBRA.HTM

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